Ya estábamos en mar abierto y el barco se zarandeaba un poco más que antes. Redujimos la marcha un poco, por no recalentar el motor y El Capi estableció un nuevo rumbo usando las cartas de navegación y un curioso transportador de ángulos con un cordel atado. La idea era seguir en línea recta directos al Cabo de Santa Pola y, allí, virar a babor y enfilar Alicante.
Mientras tomamos unas cervezas, el Capi nos instruyó sobre normas marítimas y términos náuticos que teníamos que tener en cuenta a la hora de navegar. Cuando se podía, saludamos a los otros barcos que se nos cruzaban (Alguno hasta hizo sonar la sirena). Así que podemos decir que estaba siendo el momento más relajado y divertido del día. Capitán Haddock y yo nos turnábamos para llevar el timón (es más fácil de lo que parece) y el Capi comprobaba la equipación del barco: Los cabos, las velas de repuesto, el combustible, la zodiac. Había un problema con la zodiac. El motor fuera borda estaba enganchado con un candado y, como había sido tan precipitada nuestra salida de Los Nietos, no nos habían dado las llaves. De todas maneras no parecía que fuera a hacernos falta por el momento.
El tiempo fue pasando y ya estaba atardeciendo. Enfrente de nosotros teníamos recortado contra el cielo la sombra imponente del cortado del cabo de Santa Pola, con su faro en lo alto emitiendo destellos intermitentes, y, un poco a estribor, se veía sobresalir sobre el mar el pedrusco enorme que es la Isla de Tabarca. Le cedí mi puesto al Capitán Haddock en el timón y me senté en la bañera, en el lado de babor, a contemplar el paisaje. El esguince me estaba molestando otra vez. El Capi limpiaba la nevera en la bodega, y se le escuchaba canturrear alguna cosa. Mis pensamientos iban a la deriva entre lo bonito que es navegar y el bello atardecer que estaba contemplando, pasando por lo cerca que estaban los coches que circulaban por la carretera de la costa. Y en ese momento…
En ese momento se escuchó un sospechoso e inquietante estruendo que venía de abajo. Al mismo tiempo el barco se frenó casi en seco y escoró a babor, levantando una gran cantidad de agua. Y casi en el mismo segundo, vimos al capitán salir de la bodega de un salto y abalanzarse sobre la palanca de la velocidad para, supongo, detener el barco. Pero no hacía falta. El barco se había detenido.
– ¡Todos a proa, hay que hacer de contrapeso!- Gritó el capitán.
Y sin saber muy bien como, me encontraba junto con Capitán Haddock, en la punta de del barco más opuesta al timón, agarrado al cable donde se enrolla la vela de delante (En términos náuticos: En proa, agarrado al estay donde se enrolla la Génova). Era consciente de que había corrido. Era consciente de que para ello había tenido que apoyar el pie del esguince en el suelo. En ese momento era consciente del dolor. El Capi accionaba la marcha atrás pero el barco no se movía. Lo peor era que se escuchaban chasquidos debajo del barco con cada intento.
Ver al Capitán echarse las manos a la cabeza y escucharle repetir una y otra vez: “Nos hemos cargado el barco”, no ayuda mucho a mantener la calma. En ese momento sonó su móvil y, al cogerlo, simplemente dijo:
– Nos hemos cargado el barco. Nos hemos quedado sin vacaciones.- Y colgó. – Lo que tampoco ayudaría a calmar al interlocutor al otro lado, uno de nuestros amigos, parados en el atasco.
Capitán Haddock se desahogaba por lo bajo. Decía que él no sabía navegar y que no tenía que haber estado en el timón, que era cosa del capitán…
– No te preocupes, Capitán Haddock – Le dije – A mí no me sale ningún viaje mal… Tengo un montón de suerte, así que ya verás que esto no es nada y que luego nos tomamos unas cervezas y nos reímos del asunto…
Yo realmente creía en lo que estaba diciendo. Supongo que al Capitán Haddock le sonó a cuento chino y siguió lamentándose. Sobre todo porque no sabíamos si el timón estaba tocado, si había alguna grieta en el casco y, sobre todo, qué demonios había pasado. Para colmo, la noche se nos estaba echando encima, y ya casi no se veía. Alrededor del barco, bajo el agua, había unas inquietantes manchas negras que, sin duda, eran piedras, pero que en la calenturienta imaginación de alguien menos templado que nosotros, eran bestias horribles…
Enfrente del barco, el faro seguía dando sus destellos, sin inmutarse y, debajo, junto a la carretera de la costa, a menos de un kilómetro, encendieron las luces de un chiringuito de playa. Se oía perfectamente a David Bisbal cantando su éxito de ese verano y había movimiento de gente. Nosotros, mientras tanto, nos habíamos sentado en la bañera sopesando nuestras posibilidades.
– Estamos en una zona de aguas bajas. No debe de haber más de dos metros o dos metros y medio de profundidad. – Nos decía El Capi apuntando con el dedo a una parte de la carta de navegación – Pero está demasiado oscuro como para tirarse al agua a ver qué es lo que nos ha enganchado. Si lo que choca es la Orza no pasa nada, pero si es el timón podemos darnos por jodidos.
– ¿Por qué?- Preguntó Capitán Haddock…
– Porque es la parte más delicada del barco. Podemos partirlo en la maniobra y nos quedaríamos sin gobierno en el barco… y es muy peligroso, porque la marea podría precipitarnos contra las rocas de la costa.
– Pues me quedo más tranquilo, la verdad.- Dije.
– Tenemos que desalojar peso para ganar altura – me ignoró el Capi.
Y 200 litros de agua potable fueron tirados al mar, todo el agua dulce de los dos depósitos de popa. Intentamos dar marcha atrás de nuevo, pero el barco seguía sin moverse. Ya era noche cerrada.
De pronto distinguimos el inconfundible sonido de un motor fuera borda acercándose desde la playa. Se trataba de una Zodiac con tres marineros, que estaban en el chiringuito, y nos habían visto. Venían a echar una mano. El problema era que llevaban mucho rato en el chiringuito y, entre que venían o no, se habían tomado unas cuantas bebidas espiritosas… y unas pocas más, así que estaban un poco “contentillos”. Mientras realizaban la maniobra de aproximación y cogían el cabo que El Capi les estaba dando, temimos por su vida en varias ocasiones.
La idea era que ellos, desde la Zodiac, tiraran del cabo atado a la proa, de tal manera que el barco escorara a babor y levantara la orza lo suficiente para salir. En cristiano: al tirar de la cuerda atada a la punta del barco, haría que este se inclinara a la izquierda y levantaría la aleta de tiburón de debajo del casco lo suficiente para que el barco flotara sutilmente fuera de las piedras. Por supuesto, no funcionó. Intentamos la operación contraria, para escorar a estribor, pero tampoco. Así que se intentó el plan de emergencia:
Capitán Haddock se subió al extremo de la botavara (para que os hagáis una idea, es el palo sujeto al palo mayor al que se engancha la vela mayor, y que se mueve a voluntad, dependiendo de por donde sople el viento… y siempre da en la cabeza del malo en las películas de piratas). La botavara la movimos todo lo que se podía mover a estribor y dejamos al Capitán Haddock colgando sobre el mar fuera del barco, haciendo de contrapeso. A su vez, los tres marineros borrachos tiraban del cabo de tensión del palo mayor, en la misma dirección… todo ello con la idea de escorar el barco todo lo posible.
Tampoco se movió. La situación no sólo no había mejorado, sino todo lo contrario, ya que era de noche cerrada. Los marineros se marcharon a seguir con la fiesta en otra parte (O al chiringuito, que todo es posible). Sólo nos quedaba una opción: Llamar a salvamento marítimo. Seríamos la deshonra del gremio pero…
Salvamento marítimo apareció una hora después. Un buque color naranja chillón con luces estrambóticas parpadeantes. De no saber que eran ellos, habríamos supuesto que eran extraterrestres dispuestos a abducirnos y a practicar experimentos intrusivos en nuestros cuerpos y de los que no podríamos hablar nunca por sentirnos avergonzados. Apareció, pero se quedó como a unos 100 metros. Era lo más cerca que se podían situar de nuestra nave sin encallar ellos mismo. Por radio nos dijeron que teníamos que acercarnos en la Zodiac para recoger un cabo con el que amarrar y arrastrar el velero. Zodiac que no tenía motor, por estar encadenado a la borda… otro problema.
Al final Capitán Haddock y El Capi se marcharon remando a por el cabo, y me dejaron allí solo… abandonado a mi suerte. Y fue cuando sonó un “Clic” metafórico. El velero, libre de los 200 litros de agua, y los más de 150 kilos de humanidad que se alejaban con la Zodiac a golpe de remo, flotó lo suficiente como para liberarse de las rocas, y empezó a moverse… libre y a su aire. Con el cojo capitán en funciones un poco preocupado, la verdad, viendo como la rueda del timón giraba alocadamente de un lado para el otro.
Después de comprobar que no había ninguna vía de agua en el casco, nos remolcaron hasta el puerto de alicante, donde nos esperaban nuestros preocupados amigos. Fue un poco humillante porque en lugar de hacer una entrada triunfal, veníamos abarloados al buque de salvamento. Eso sí, nadie se atrevió a hacer ningún comentario. Pasamos la noche en el puerto.
¿Qué tiene esto que ver con la suerte? Os preguntaréis. Pues desde mi punto de vista, el comienzo tan desastroso del viaje hizo que disfrutáramos mucho más del resto de la semana, que fue genial. Tuvimos mucha suerte porque por dos o tres escasos metros, en lugar de embarrancar en un banco de arena, habríamos dado con una plataforma de granito, que habría destrozado el barco. Tuvimos mucha suerte porque durante toda la semana los vientos se confabularon en nuestro favor y siempre soplaban con la fuerza justa para que llegáramos a donde queríamos navegando a vela. Incluso la vuelta a la península, que fue por la noche, fue a vela, algo que es rarísimo. Y, sobre todo, tuve mucha suerte porque durante siete días me trataron a cuerpo de Rey, una de las marineras hasta me dio masajes… “¿Qué si quieres un zumito?” “¿Algo para leer?” “Dejad la sombra al Sr K, que está lesionado”… y sin ayudar en la cocina, sin ir a la compra, sin baldear la cubierta, sin plegar velas… sin hacer ni el huevo.
¿Tengo o no tengo suerte?
Read Full Post »