La Real Academia de la Lengua Española define un Reencuentro como “Acción y efecto de reencontrar”. O volver a encontrar… si me permitís el juego de palabras. Y el encuentro es, también bajo la misma fuente, “Dicho de dos o más personas o cosas: Hallarse y concurrir juntas a un mismo lugar.”
Y eso fue, más o menos, lo que no hicimos Huracán y yo el viernes.
Dicen que el 28 de diciembre es el día de los santos inocentes. Es una fecha en la que, tradicionalmente, se gastan bromas al personal. Y precisamente a broma me sonó lo que Huracán me dijo por la mañana… que no venía. No porque no quisiera, sino porque no había encontrado billete hasta el día siguiente. Y eso trastocaba mis planes. Mis planes de verla… claro.
Al final no consintió que me quedara a esperarla por la mañana. Y eso que insistí (y los que me conocen saben que puedo llegar a insistir mucho). Apenas llegaría a tiempo para entrar a trabajar y no podríamos vernos demasiado. Y tenía razón al decir que sería tontería que me quedara en casa esperándola mientras nuestros amigos estaban en la casa rural que teníamos alquilada esperando la llegado del último día del año. Sobre todo teniendo en cuenta todo el tiempo que llevábamos planeándolo. Y ante semejantes argumentos no me pude negar, a pesar de las muchas ganas que tenía de verla.
Así que me fui el mismo viernes por la tarde, con mi amigo Almanzor y un jamón de seis kilos, y otros tantos de carne de la mejor calidad en el maletero, camino de una casa rural perdida de la mano de Dios. A un pueblo del que nunca había oído hablar y del que sólo tenía una idea de cómo era por las fotos por satélite del Google Maps. Con todo, llegamos perfectamente y dio comienzo a una fiesta de fin de año de cuatro días.
Pasaron las siguientes dos noches casi sin darme cuenta, entre buenas charlas, grandes comilonas y algún que otro paseo por el campo, como era de prever estando rodeado de tan buenos amigos. Cabe destacar la mañana en la que la dueña de la casa nos trajo un conejo vivo para que lo viéramos (como si fuéramos de algún lugar lejano donde no hay conejos vivos). También destacaría “los cuernos” que le puse a Huracán con una chica preciosa de enormes ojos azules. La chica en cuestión, hija de unos amigos, tiene nueve meses y nos pegábamos entre todos por tenerla en brazos o hacerla cucamonas.
Y llegó el gran día. Por fin. El último día del año y el de la tan ansiada reconciliación. Mi idea era irme poco después de la comida, una vez hubiera descansado lo suficiente, y hacer el camino de día, ya que no me gusta conducir de noche. Además, había buenas noticias desde el Hospital… Huracán se había arreglado con una compañera y podría salir a las ocho y media, lo que nos daba un buen margen de maniobra.
Antes de continuar, permitidme un pequeño inciso. Lentillas este año no estaba con nosotros. Ella había optado por celebrar el fin de año en casa, con su familia y, aunque había prometido pasarse por la casa rural un día a hacernos una visita, algún hecho inesperado se lo impidió. Posiblemente el que estuviera Ironmán con los Ironkids en su casa pasando el fin de semana pudo ser determinante. Pero no creo que fuera la única razón.
Dado que Lentillas es una de esa personas especiales a las que siempre gusta ver, y porque de camino del Hospital pasaría por la puerta de su casa, la llamé poco antes de salir… por si quería que me pasara a saludar y a felicitarle el año en directo. Y, la verdad, me quedé un poco preocupado, porque parecía tristona. Le dije que no me costaría nada y tampoco pretendía quedarme mucho rato. El tiempo justo par darle un beso y poco más. Pero insistió en que era mejor que no fuera. Incluso dijo que “No le venía bien”. Se despidió con un “ya te contaré” que no me ayudó a dejarme tranquilo precisamente.
Pensando en estas cosas pasé las dos siguientes horas de conducción, ya que no había nada que escuchar en la radio, excepto estática, dado que el CD del coche no funciona. Tardé un poco más porque hice exactamente el mismo camino que haría a la vuelta, fijándome en todos los puntos de referencia posibles. Nada podía estropear la noche, y menos el que me perdiera. Incluso llevaba en la guantera dos vasos con 12 uvas cada uno por si ocurría algo y nos las teníamos que tomar bajo el cielo estrellado en alguna cuneta perdida, y con los 12 pitidos del móvil en lugar de las 12 campanadas.
Tras pasar un rato por casa para ver a mis padres y a uno de mis hermanos (que ya estaba por allí) y rechazar unas cuantas veces unas galletas con cabello de ángel que había hecho mi madre para mis amigos (ya había suficiente comida en la casa como para alimentar un pequeño estado), salí zumbando dirección al Hospital. Al final tanta prisa no fue necesaria, porque Huracán se retrasó un poco.
Decir que estaba preciosa sería faltar gravemente a la verdad. Quizá podría afirmar que era la cosa más bonita que había visto nunca, si no fuera porque el haber estado tanto tiempo separados nublaba mi mente. Y así se lo dije, después de besarla casi con la pasión propia de un preso recién salido del presidio. Una condena corta, vale, pero una condena es una condena.
La hora y media que pasamos en el coche se esfumó rápidamente. Y aunque nos echamos unas buenas risas y la conversación era muy animada, estaba concentrado en la conducción y admito que corrí un poco más de lo que suelo hacerlo. Principalmente porque ya conocía el trayecto y porque no quería hacer esperar a mis amigos. Y también porque parecía que en el mundo sólo estábamos nosotros dos, y un cielo cada vez más estrellado, a medida que nos alejábamos de la civilización. Casi no nos cruzamos con nadie en todo el trayecto.
Y llegamos de nuevo a la casa Rural… pero eso es algo que contaré con todo lujo de detalles mañana.
Me has recordado mis lejanísimos 20 años, y los reencuentros con Alf… ayyy…qué bonito es el amor!!!
Oye, la próxima vez que tengáis comida de sobra, podríais avisar, no?
Un beso muy grande, Sr. K.
PD.- Espero que Lentillas esté mejor…
Tampoco tan lejanos, mujer… si eres casi una niña.
Siempre nos sobra mucha comida… comemos por los ojos.
Un beso guapa
Y como debe ser ¡que nunca falte el buen jamón!…
ayyyyyyyyyyyyy, que bonito es el amor en primavera………….y en invierno, y en fin de año!!!!
Espero que lo de lentillas no sea nada, q me dejas preocupá.
Feliz año nuevo y que los reyes te hayan traido muuuuuuuuuuuchas cosas.
besitos
Qué bien que has vuelto a contarnos tus historias!!!
Esperamos las siguientes (con todo lujo de detalles, por fa por fa!!!)
Feliz año y besos!!
Cyrano, puede faltar hasta el techo… pero nunca un buen jamón. Los últimos restos del de nochevieja se los di a mi madre y ha hecho unas croquetas riquísimas (doy fe, porque ayer me las comí).
Patita, Lentillas me sigue preocupando. Ella dice que está bien, y lo achaca todo a un constipado, pero son ya muchos años de conocernos y noto que hay algo que no va bien… pero hasta que ella no me cuente, nada puedo hacer.
Anita, Feliz año para ti también.
El reencuentro, el tan ansiado y esperado reencuentro… 🙂
Me he quedado preocupado por Lentillas, ya nos contarás.
Y feliz año! ser MUY felices.
Abrazos.
Me preocupe por lentillas tambien, me gustó mucho tu relato, es muy romántico, eso de reencontrarse con Huracán es maravilloso, te sigo. Muchos abrazos.
Feliz año, Carlos.
Lentillas: se suponía que nos veríamos el sábado… pero al final no pudo. Así que sigo sin saber realmente como está. En cuanto tenga noticias os lo contaré… para tranquilizar (o terminar de preocupar) a la legión de fans de Lentillas….
Un abrazo.