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Posts Tagged ‘esperar’

Lo malo que tiene ir de viaje con un grupo de amigos, en el que no haya ninguna pareja, es que, lo normal, será dormir con otros tíos. Si hay suerte, incluso en camas separadas… aunque esta circunstancia no siempre se da. En esta ocasión me tocaba dormir con Almanzor y Rico, afortunadamente cada cual en su cama, y dios en la de todos. Tres tíos durmiendo en calzoncillos en la misma habitación y roncando como si la vida nos fuera en ello… podríamos decir que formábamos la versión de andar por casa de ”Los tres tenores”.

Rico volvió a las 7 de la mañana intentando hacer el menor ruido posible. Intentar, lo intentó… pero me temo que no lo consiguió. Me costó dormirme y, al rato, Almanzor se levantó con la sana idea de darse una ducha y acicalarse para ver a su amiga. El ruido de la ducha terminó de despejarme por completo. No eran más de las nueve y media y tenía todo el día por delante… un bonito día de sol, a juzgar por la luz que entraba por la ventana.

Pero había un problema: Si Almanzor se marchaba con su amiga, Atenea estaba con su hermano, y Rico y las demás llegaron al Hostal a las 7 de la mañana… me encontraba en Barcelona, como quien dice, solo y sin plan. Tenía tres opciones. O me quedaba en la cama esperando a que los demás se levantaran, o me marchaba a dar una vuelta solo o…

Le puse un mensaje a Princesa, a ver si sonaba la flauta. Iba a hacerlo de todas maneras, pero no las tenía todas conmigo de que estuviera en la ciudad o pudiera quedar.

Princesa (en realidad el nombre completo es Princesa Leia, otros de los pocos nombres reales que pongo en esta historia), es una amiga que hice en el ya famosísimo Camino de Santiago. Una atractiva mujer de pelo castaño, liso, guapa y sonriente, siempre sonriente. Y muy femenina. Tiene un grandísimo sentido del humor, porque siempre se ríe con mis chistes y mis ocurrencias. Siendo sinceros, la única razón por la que no le tiré los trastos en su día fue porque Lentillas estaba muy presente en mi cabeza, y luego… luego no nos vimos mucho, viviendo tan lejos. Ella vino una vez a mis dominios, y yo subí otra a Barcelona… pero poco más.

Efectivamente hubo suerte y Princesa podía quedar… pero por la tarde, y sólo por la tarde… porque por la noche tenía una cena. Mejor era eso que nada. Pero había que pasar la mañana como buenamente pudiese.

La mañana se pasó esperando. Primero esperando a que Rico, que se despertó con mi ducha y con los mensajes, bajase a desayunar. Luego, esperando a que nos pusieran el café. Más tarde, esperando a que Risueña y Gataparda terminasen de arreglarse para salir. Después, esperando a que encontraran la cafetería y decidieran qué tomarse… esperando. Al final nos pusimos en marcha sobre la una de la tarde… muchísimas horas desperdiciadas en no hacer nada.

El recorrido turístico fue más o menos el siguiente: Fuimos a Monjuit, a disfrutar de las vistas de la ciudad y, al final, terminamos aparcando cerca del puerto, a un paso del barrio gótico. Ya era la hora de comer, así que buscamos un sitio donde no fuera muy caro hacerlo, algo que, teniendo en cuenta que no conocíamos la ciudad ninguno, fue difícil. Tuvimos suerte y el que elegimos estuvo muy bien. Eso sí, pasamos las dos horas siguientes allí dentro, con una larguísima sobremesa.

Cansado de esperar a que mis compañeras de viaje salieran de cada una de las tiendas de regalos de las inmediaciones de la Paza del Rey, salí escopetado hacia el lugar de reunión. A las 6 y media estaba en Plaza Catalunya, justo en la puerta del Café Zurich, que debe de ser como quedar en el Oso y el madroño en Madrid, o en Picadilly en Londres… muchísima gente.

Princesa llegó y nos fundimos en un fuerte abrazo. Estaba preciosa y sonriente, igual de preciosa y sonriente que casi tres años atrás, en el mismo sitio. Claro que, en aquella ocasión, llegué media hora tarde (cosas de no conocer la ciudad). Sólo tendríamos tres horas para estar juntos, porque ella tenía una cena a la que no podía faltar. Entre otras cosas, porque celebraba su cumpleaños. Tres horas para ponernos al día…

Mientras hablábamos paseábamos por unas Ramblas atestadas de gente. La temperatura primaveral, las actuaciones callejeras y los puestos de regalos atraen a la gente como la miel a las moscas. Pero no presté atención a nada de todo esto. Había muchas cosas de las que hablar, después de tanto tiempo.

Princesa terminó la carrera, después de hacer el último curso en Salamanca, y ahora se marchaba a Canbridge a aprender inglés. En principio tres meses, aunque sin billete de vuelta, por si acaso se alargaba más. Su intención era entrar a trabajar en algún museo o algo así. Había perdido el contacto con otros de los peregrinos catalanes del grupo. Recordamos viejas anécdotas del viaje… y se nos pasaron las horas voladas. Tan voladas que cuando miramos el reloj había pasado la hora en la que ella había quedado…

Nos despedimos con otro abrazo en el mismo lugar donde nos habíamos encontrado, y con la promesa de que en cuanto vuelva de Inglaterra vendrá a mi casa una temporada. A ver si lo cumple. Sin lugar a dudas, el rato con Princesa ha sido lo mejor del fin de semana.

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