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avatar.
(Del fr. avatar, y este del sánscr. avatâra, descenso o encarnación de un dios).
1. m. Fase, cambio, vicisitud. U. m. en pl.
2. m. En la religión hindú, encarnación terrestre de alguna deidad, en especial Visnú.
3. m. Reencarnación, transformación.
4. m. Última película de James Cameron.

Generalmente el día de Navidad suele ser el día del sofá y siesta, o más bien, el día de digestión pesada, sofá y siesta. Máxime si el día de Nochebuena salgo después de la cena y bebo un poco más de la cuenta. Pero no este día de Navidad. Este día de Navidad he quedado con Heidi.

Está otra vez en Madrid, aunque convaleciente de una pequeña operación de rodilla, y quería verme. Me propuso ir al cine, una de las pocas actividades que su operación le permite hacer hoy en día. E iríamos los dos. Sólo los dos. Así que me lo tomé como un pequeño paso adelante en lo que sea que tengamos. Al menos era pasar de la fría pantalla del Messenger al cara a cara… y eso, a poco, es bueno.

Iríamos a un cine cercano a su casa, para que no anduviera demasiado y había pocas opciones. Aún así le dije que eligiera la que más quisiera y ella eligió pensando en lo que a mí me podía gustar. Eligió la película Avatar. Alienígenas, explosiones, naves espaciales… sí, podemos decir que lo prefería a la última de Meryl Strip (reconozco que me la jugué… pero es que me gusta el peligro).

Quedamos a las nueve en la puerta de su casa y yo, que soy así de chulo, me presenté una hora antes. No es que sea un cagaprisas o un ansioso. Supuse que habría cola en el cine y, para evitar que ella estuviera de pie más de lo recomendable, mi idea era hacer esa cola en solitario y comprar las entradas, para luego esperar tomando algo, bien sentaditos, en una cafetería o similar.

Por suerte no había mucha gente y pude comprar unas buenas entradas.

Cuando por fin apareció en el portal la vi tremendamente guapa. Y eso que el pesado abrigo prácticamente la ocultaba del todo. El mismo abrigo de siempre. Claro que, curiosamente, a Heidi sólo la he visto en invierno. A pesar de la reciente operación no llevaba muleta y no parecía cojear demasiado. Y se la veía sonriente. Como no podía ser de otra manera, empezó a llover copiosamente y nos metimos en una cafetería a medio camino entre su casa y el cine. Y empezamos a hablar. Estábamos tan a gusto que casi no llegamos a tiempo al comienzo de la película, y eso que contábamos con una hora de margen. De hecho, llegamos justo cuando empezaba y estaba toda la sala a oscuras.

Aprovechando el artículo, también haré una pequeña crítica cinematográfica sobre Avatar.

La película es correcta. Tiene ritmo, tiene espectacularidad y tiene muchos y muy buenos efectos visuales. Pero le falta algo, a mi entender, para ser la siguiente y muy esperada película de James Cameron después de 15 años desde Titanic: le falta originalidad. O sea, la historia que cuenta es más o menos la misma que se cuenta en otras películas. Me ha perecido un poco la misma historia que El último Samurai, Bailando con lobos y Pocahontas… pero todo junto. Así que es un poco previsible. En realidad es tan correcta en su estructura que resulta muy previsible: todo pasa cuando tiene que pasar y como tiene que pasar. Pero, pese a todo, el ritmo es tan bueno y las escenas de acción son tan espectaculares que, en fin, se pasan las dos horas y cuarenta minutos bastante rápido. Y los personajes digitales son sencillamente perfectos. Y eso bien puede valer una entrada de cine… y más si es en buena compañía.

Fin de la crítica.

Al salir del cine no había nada abierto. Y estaba lloviendo, o como dicen en el norte, estaba jarreando. Así que ella sacó su paraguas del bolso y me hizo un sitio debajo. Como era muy pequeño, pasé mi brazo por sus hombros y nos pegamos mucho el uno al otro. Subimos la calle hasta que llegamos al portal de su casa y allí fue donde se produjo la escena de la despedida. Comentamos algo de la película hasta que ella cambió radicalmente la dirección de la conversación:

– ¿Te puedo preguntar una cosa?
– Claro… pero que sepas que soy ateo…
– ¿Sigues… sigues pensando lo mismo sobre… mí… o ya no? ay… es que no sé muy bien cómo preguntarlo…
– ¿La pregunta es si me sigues gustando?
– En fin, tú eres más directo. Sí.
– Bueno… es evidente que no te han salido pústulas en la cara, así que… supongo que la respuesta es sí… aunque si la pregunta es si estoy loco por ti…
– Ni se me ocurriría siquiera pensarlo…
– Nuestra relación es un poco curiosa. Nos hemos visto realmente muy poco y todo el contacto es por Internet. Y, bueno, la chica que está al otro lado de la pantalla, con la que hablo a menudo, me gusta. Eres divertida, inteligente… eres muy guapa. Así que, sí, tienes muchas papeletas de ser una chica que me guste.

Un par de segundos de silencio. Siempre hay un par de esos incómodos segundos de silencio cuando hay malas noticias después.

– A ver… se trata de que este año me enamoré hasta la médula de otra persona, y de que, lamentablemente para mí, sigo estándolo…
– En realidad es lamentable, pero para mí.

Ella ignoró convenientemente mi vano intento de rebajar la incomodidad de escuchar que la tía que me gusta está enamorada de otro. Aunque yo ya lo sabía, claro.

– En septiembre, cuando te vi en el concierto, me di cuenta de que me alegraba mucho de verte. De que te tengo mucho cariño. Me pareces un niño estupendo y me río mucho contigo.
– Espera… eh… ¿un niño? ¿Me tienes cariño? o sea… ¿Te va el rollo madre?
– ¿Tú te crees que me despiertas el instinto maternal?
– No, no… es sólo que te ha faltado decirme que soy entrañable…
– Tonto… ya sabes a qué me refiero…
– Lo sé, lo sé. Pero también sé que soy muy buen tío y que te vendría bien salir conmigo. Aunque supongo que eso me descarta casi inmediatamente como posible novio. En realidad eso me descarta para la mayoría de las mujeres. Están de moda los tíos malotes.
– A mí no me van malotes en absoluto…
– Entonces tengo que descambiar la chupa de cuero que me he comprado…

Ahora sí conseguí que se riera.

– Lo malo es lo del tatuaje que me he hecho en la espalda…
– Para…
– Vale. Pero no sé muy bien cómo interpretar que me tienes cariño.
– Pues eso, que te tengo cariño.
– Pero cariño en plan… yo también te quiero, pero sólo como amigo. O en plan… bravo muchacho, sigue así y tendremos una bonita historia que contarle a nuestros nietos…

Otro par de segundos de silencio.

– Pues no lo sé… ahora mismo no pienso en nada así… lo siento.
– No tienes por qué sentirlo…
– A mí me gusta siempre la sinceridad, no soporto las mentiras, y procuro ser sincera siempre… te tengo un cariño muy grande, y de los de verdad. Pero me siento mal.
– ¿Por qué?
– Porque si me dieras igual no me costaría decirte las cosas así, pero no es el caso, y como sí me importas, pues me siento mal…
– Pues no te sientas mal. Ahora las cartas están sobre la mesa. Y, siendo sinceros, así tengo más posibilidades de que te enamores de mí. Soy francamente bueno en eso.
– ¿Por qué?
– Si te lo digo perderé el efecto sorpresa, ¿no te parece?

Volvió a reírse.

– Buena respuesta.
– Necesito algo de tiempo para que descubras al verdadero Sr K. Y, sobre todo, necesito algo de tiempo para que termines tu trabajo en Alemania y vuelvas a España permanentemente… creo que valdrá la pena esperar.

Sonrió. Y para concluir la conversación añadió:

– Mañana me ha dicho Risueña de hacer algo…
– Sí… a mí también me lo dijo.
– Entonces nos vemos mañana… ¿No?
– Claro…
– Hasta mañana – Y me dio dos besos.

Hoy ya es mañana. Casi es pasado mañana. No sé lo que haremos, pero… lo cierto es que la volveré a ver en unas horas. Heidi me gusta de verdad pero creo que en realidad no sé cómo están las cosas y si tengo posibilidades reales. Ni siquiera sé si debo de seguir picando piedra…

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La escena empieza como empiezan muchas escenas hoy en día. Johnny Be Good sonando a todo volumen: La melodía inconfundible de mi teléfono vibrando encima de la mesa. En la pantalla un número desconocido.

– ¿Diga?
– Hola.
– Hola… eh… ¿Quién eres?
– Soy Troy, Troy McClure.

Troy McClure, actor aficionado amigo de una amiga mía. Habíamos coincidido en dos fiestas y en una obra de teatro amateur. Poco más se puede añadir a su currículo. Definitivamente no es lo que se puede considerar un amigo.

– Hola Troy, ¿Cómo te va?
– Sr. K, te necesito, tío…

Desde luego, no era una frase que esperara escuchar. De todas maneras, conociendo el historial de este tío, no tenía ninguna connotación sexual.

– ¿Qué puedo hacer por ti?
– Verás… este viernes he quedado con cuatro mujeres. Iban a venir unos amigos míos pero me han dejado colgado. Así que estoy yo solo con las cuatro…
– Mal lo veo, sí…
– Ya sabes… si vas con cuatro, al final no te comes ninguna… así que necesito ayuda, tío.

En eso tenía razón. Yo una vez salí con nueve y me terminé acostando solo. Todavía la ciencia no lo ha investigado, pero creo que se genera como un campo de fuerza negativo, que se hace más intenso cuantas más mujeres hay en el grupo. Me surgió una duda evidente:

– ¿Están buenas?
– Las que yo conozco, sí. Son dos actrices y una médico… la otra no sé cómo es. Pero no te preocupes, que yo me pido la fea…

En realidad, la que él se pidiera daría igual. Es una verdad como un templo que son ellas las que eligen, y que cualquier reparto entre nosotros es una pérdida de tiempo.

– Pues gracias por acordarte de mí, macho… pero es que este viernes no estoy. Según termine de trabajar me marcho de fin de semana fuera…
– No me jodas…
– Lo siento, y eso que es tentador…
– Oye… ¿Y no tendrás un colega majo… que se enrolle bien…? Es que estoy desesperado…

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Voy a hacer un intermedio en la crónica del viaje a Nepal. Por dos motivos: porque estoy a la espera de un material gráfico que me tienen que pasar muy importante para ilustrar los textos; y porque han ocurrido cosas en mi vida cotidiana que merecen cierta consideración. Lo que ha pasado es que antes de irme a Nepal dejé pendiente un tema: una cena con una bella señorita. Y no una señorita cualquiera, no: Tofu.

Estaba apalabrado, pero sin una fecha concreta. Hasta esperaba que no se produjera en lo que queda de año, entre otras cosas por lo apretado de la agenda de la señorita en cuestión. Por eso me sorprendió que me llamara el viernes proponiéndome la cena para este fin de semana. Acepté, claro. A sabiendas de que sería en un vegetariano.

Dicen que hombre prevenido vale por dos. Y también dicen que lo importante no es saber, es tener el teléfono del que sabe. Y, en éste caso, tenía a mano al maestro de la cocina y reconocido miembro de esta comunidad, el Señor Daniel MacGill.

– ¿Me puedes recomendar algo que comer en el vegetariano? Es que la otra vez me quedé con hambre…
– depende mucho del sitio, claro.
– Ya… bueno, sé que no voy a comer tofu… eso seguro…
– A mí el tofu no me gusta, la verdad.
– Ni a nadie con paplilas gustativas…
– En este tipo de sitios suelen tener, por ejemplo, croquetas de nueces o de espinacas, si no te caen mal los fritos de noche… después suelen tener ensaladas con queso, generalmente de cabra o gorgonzola…
– Me gusta el queso de cabra…
– Yo conozco un sitio aquí que hacen una lasaña al pesto buenísima Pero no sé si tendrás tanta suerte…

Croquetas de nueces, ensaladas y lasaña… tres vías por las que guiarme en la carta. Con eso sería suficiente… probablemente.

A pesar de liarme con una calle y tener que preguntar a un taxista, al que apenas entendí porque, más que hablar, mascullaba, llegué a tiempo a casa de Tofu. Salir con margen es una ventaja. Tofu apareció por la puerta de su edificio embutida en un grueso abrigo, pero se la veía guapa y sonriente. Al montar me abrazó y nos dimos dos besos.

Llegamos bien al restaurante, entre otras cosas porque me había estudiado el recorrido a conciencia. Incluso aparcamos cerca y todo, algo que se podría considerar un milagro un sábado por la noche. Durante el trayecto hablamos de muchas cosas, aunque de nada en concreto. Intenté no hablar del viaje, tiempo habría. Además, como le había traído un regalito de Nepal y tenía preparada una pequeña historia sobre su obtención (que incluía arañas del tamaño de manos, un templo lleno de monos y varias aventuras con persecución y todo), quería dejar el tema para más adelante.

El restaurante, muy normalito. Nos tenían preparada una mesa en un rincón absolutamente nada romántico, justo al lado del radiador y separados de la cocina por un biombo de caña. Pero se estaba bien y me encontraba a gusto con Tofu. Nos estábamos riendo bastante.

Vino un camarero traernos la carta y dijo algo que no entendí… parecía la noche de los masculladores-vivientes, que siendo Hallowen todo pudiera ser. Busqué en la carta los elementos recomendados por Escocés, sin éxito. Además, tenían muy pocos platos entre los que elegir. Al lado de algunos de ellos, los de pasta principalmente, aparecían dos letras: una V y una C. Cuando llegó el camarero a tomar nota le pregunté, esperanzado, si la C quería decir que era apto para carnívoros. Él me miró sin entender mi pregunta. Antes de que pudiera hacerla de nuevo usando palabras más sencillas, Tofu intervino…

– C… de celiacos. V de veganos.- Ahora parecía obvio.
– Habría sido tan bonito lo otro…- Suspiré.

Tengo que reconocer que la comida no me preocupaba mucho. Estaba dispuesto hasta a comer una ensalada nada más… entre otras cosas por lo que he dicho antes: Hombre prevenido vale por dos. Antes de salir de casa comí algo de embutido y queso… por lo que pudiera pasar. O sea, prefiero cenar dos veces en una noche a no cenar ninguna. Al final la cosa no fue tan mala. Cené de primero una ensalada de lechuga de Roble (nombre inquietante para una lechuga), aliñada con aceite y una cosa parecida a las finas hierbas (que tenía cierto gusto salado), y de segundo unos canelones de espinacas con queso de cabra… más o menos lo que me recomendó Escocés. Terminé mojando pan (de semillas) y todo.

En cuanto a lo otro… la cena no fue exactamente como yo la había planeado. O sea, sé que no se debe de hablar demasiado de uno mismo en una cita, pero… me preguntó cómo eran los templos en Nepal y si había comida vegetariana. Y alguna cosa más sobre el trekking, pero creo que por cortesía. Y ya está. El problema vino cuando, en un momento de la velada, me llamó por otro nombre diferente al mío. La primera vez no le di mayor importancia (es algo que puede pasar). La segunda vez me alarmé. La tercera… claro, pregunté.

– ¿Lidenbrock?
– Mi ex…

El tal Otto Lidenbrock es miembro del partido político en el que colabora Tofu. Un cabecilla de la organización. Un tipo peculiar donde los haya y bloguero, para más señas. Con el nombre real del tipo no me ha resultado difícil encontrar su blog en Internet. Me ha hecho gracia descubrir que es también montañero.

El resto del tiempo hablamos sobre él. Habló ella, claro, porque yo tenía poco que decir en ese tema (hoy habría tenido algunas cosas que añadir, después del vistazo al contenido de su blog). Una de las peculiaridades que me contó es que la dejó por correo electrónico… un gesto que a ella no le gustó, como es normal. Le causó tal conmoción que estaba yendo al psicólogo.

A pesar de que ella se mostró afectuosa en todo momento, tocándome el brazo o la mano sobre la mesa, el estar hablando de lo que estábamos hablando me estaba despistando un poco. A mí no se me ocurriría hablar dos horas de Huracán durante una cita… no sé si me explico. Pero tanto toqueteo… en fin.

Al dejarla en su casa saqué del asiento de atrás una bolsita con el regalo que había traído de Nepal. Dentro había una cajita. Para engañar un poco lo había envuelto en papel de regalo de una conocida cadena de tiendas (los que se encargan de recordarnos que ya es Otoño, o Primavera). Dentro de la caja: un cuenco tibetano, con su instrumento de madera para hacerlo sonar. Quedó un poco deslucido porque la historia que tenía preparada no la pude contar. Y el coche no era el mejor sitio. Eso sí: le enseñé a tocarlo…

Me dio las gracias, me abrazó y se bajó del coche. Pero se dio la vuelta.

– El martes hay un estreno de cine. Se trata de un documental sobre el hambre del mundo. Me gustaría que vinieras.
– ¿Un documental sobre el hambre en el mundo?
– Sí. Es un tema del partido. Estarán los dirigentes… gente interesante.
– O sea… que estará Otto Lidenbrock, ¿No?
– Sí. Pero habrá mucha otra gente… – Me vio dubitativo y añadió – me ayudaría que vinieras.

Supongo que uno no es el Señor Capullo por que sí. Hay una razón para ello. Esa razón se me escapa y debe de ser como los designios del Señor… inescrutable.

El martes conoceré a Otto Lidenbrock. Pero esta vez iré meado de casa. Hombre prevenido vale por dos.

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Seguramente algunas, las que habían adivinado sus tendencias alimenticias, ya sabrán por qué.

Quiero ser sincero con vosotros. He estado sentado delante del ordenador como un par de horas antes de escribir nada, con la página del Word en blanco y el cursor parpadeando, a la espera de las primeras palabras. Pero no sabía como empezar. ¿Cómo os cuento yo esto? Me parece tan irreal… tan surrealista… Tengo que reconoceros que he estado tentado a no contarlo, decir un “La Nueva… bien gracias” y ya está. Pero creo que después de lo que habéis aguantado hasta ahora, tenéis derecho a saberlo. Así que empezaré por el principio.

Soy un tipo puntual, y a la hora en punto estaba aparcado en doble fila en frente de la casa de La Nueva. Y eso que el día fue de lo más ajetreado que uno se pueda imaginar. Por la mañana mudanza en casa de un amigo… todo el rato acarreando muebles y cajas llenas de cosas de dudoso valor, donde encontré dos libros que le había dejado y que recuperé de inmediato (por cierto… uno de ellos muy recomendable: El hombre de los Dados, de Luke Rheinhardt). Por la tarde charla con el presidente de la comunidad… con lo que este hombre se enrolla. Total, que me dio el tiempo justo para ducharme, afeitarme y buscar en Google maps la dirección de la casa de La Nueva.

Cuando la Nueva bajó, me di cuenta de que uno de los dos se había arreglado demasiado poco. Y esta vez fui yo. Me había puesto unos vaqueros anchos (no mucho, pero más anchos de lo que suelo llevar), un polo (por fuera) y unas sandalias de correa; y ella bastante más arreglada: Un vestido de verano, oscuro y algo escotado y con sandalias de tacón a juego… no nos ponemos de acuerdo. Dos besos y nos fuimos al restaurante. Como íbamos con tiempo, busqué aparcamiento en la calle, en lugar de meterlo en un parking. Tuve suerte y aparqué en la misma calle, a unos 200 metros del restaurante. Extrañamente había mucho sitio, pero no le di mayor importancia…

El nombre del restaurante no me sonaba de nada, pero hay tantos restaurantes que todavía no he visto… eso sí, creo que el corazón me dio un vuelco cuando vi la palabra que acompañaba a “Restaurante” en el cartel luminoso: “Vegetariano”. Yo soy carnívoro. No omnívoro, no. Carnívoro. Como frutas y algunas verduras porque necesito las vitaminas que aportan. Pero si por mí fuera, sólo comería carne. Debió de verme la cara:

– Soy vegetariana…
– Ah.- Y me imaginé a Bloody, Pat, Anita y los demás diciendo: «¿Ves como era vegetariana?»
– Vegana.- Debí de poner cara de interrogación doble. – Los veganos somos los vegetarianos estrictos. No comemos nada que tenga origen animal. Ni carne, ni pescado, ni huevos, ni leche, ni miel…
– ¿Voluntariamente?
– Claro. La mayoría lo hacen por convicción moral. Eso de “No comas nada con ojos”… Yo lo hago por salud. He descubierto que es la alimentación más sana para mi organismo. Luego están los Ovolácteos, que son los vegetarianos que comen huevos y productos derivados de la leche…
– Pues yo no soy vegetariano. De hecho, es la primera vez que vengo a un sitio como este…
– Te gustará… – “Ni de coña”, pensé, “Soy carnívoro vegano”.

Nos atendió un tipo con una larga trenza y embutido en una especie de kimono. Curiosamente la carta tenía cosas como “Hamburguesa desoja”, “Filete de Tofu con salsa de setas” y “Salchichas de soja”. Mucho rollo vegetariano pero, al final, los vegetarianos necesitan meterse algo de carne en el estómago como todo el mundo… aunque sea sólo de nombre. En fin… pedimos unas albóndigas de lentejas rojas para compartir, ella un wok de verduras a la plancha y yo un filete de tofu con la salsa esa. Y agua para beber. Tengo que reconocer que pedía a gritos (para mis adentros) que la pizza de ternera de la comida se me repitiera… pero no. Mi estómago estaba haciendo la digestión adecuadamente.

No se puede negar que la chica me está abriendo nuevos mundos… La ONG, la cooperación internacional, las películas en Hindi, el tofu y el veganismo… Lo de la ONG y la cooperación internacional no sé si lo repetiré… pero sé que no seré vegetariano nunca. ¡Qué arcadas! El tofu no sé de donde lo sacarán… no sé de qué madera lo hacen, quiero decir, pero quizá sea la cosas más asquerosa que he comido… y en esta lista incluyo algunos insectos que me he tragado haciendo ciclismo. Y luego está el tema de no poder comer jamón… no podría soportarlo. En cuanto al tofu, no pude con el filete entero… según me dijo La Nueva, el tofu es para los muy experimentados.

Pero quitando la comida, la cena fue agradable… con algún que otro sobresalto. En un determinado momento, hablando sobre su salida de las islas y su llegada a la ciudad, y a colación de la mudanza de la mañana, le pregunté si le había resultado difícil encontrar el piso. Ella me dijo:

– Al salir de la isla me alojé en una residencia de la Obra durante unos meses…
– ¿La… Obra? ¿Eres actriz también? – Lo sé, una chorrada. Sé qué es “La Obra” pero en el fondo no quería saberlo… no sé si me explico.
– No… “La Obra”… El OPUS DEI.- Y se quedó tan pancha.
– ¿Eres del Opus?
– Quise entrar. Desde pequeña siempre ha sido muy religiosa, incluso quería ser monja… pero no pude. Pensé que en el Opus encontraría mi sitio… pero lo cierto es que esos meses en la residencia fueron los meses que más he llorado nunca…
– Demasiado rezo… ¿No?
– No, si el rezo era lo que me permitía seguir… pero es que se metían en mi vida privada demasiado… que con quien andaba, que qué hacía, que chicos veía… al final fue muy agobiante y lo dejé… encontré este piso y me vine a vivir aquí.
– Ah…

Sintetizando un poco, os contaré que la conversación siguió por otros derroteros y terminamos hablando de lo que tarde o temprano habla una treinteañera… hijos. La Nueva puso las cartas sobre la mesa: estaba buscando al padre de sus hijos, de sus muchos hijos supongo yo (por eso del Opus), y que no quería rollos ni nada por el estilo. Así que, de pronto, pasé de ser un soltero recalcitrante, a verme casado por la iglesia, por algún obispo del Opus, con seis hijos en un colegio de curas, con nombres como Jonatán, judit, Ezequiel o Aaron, y comiendo acelgas el resto de mi vida. O tofu, que es aún peor. Algunas lo llamaréis miedo… yo lo llamo terror. Pavor y correr demasiado… joder, que nos conocimos el sábado pasado…

O sea, no me entendáis mal… yo quiero conocer a la madre de mis hijos y tener al menos dos, y uno, al menos, varón, para que se llame como yo. Que sean listos y sanos, y tan guapos e inteligentes como su madre. Y me gustaría que fuera más pronto que tarde… pero creo que esas cosas llevan su tiempo… ¿no?

Al salir del restaurante, con más hambre de la que tenía al entrar (seguramente el tofu se estaba poniendo las botas con los restos de Pizza de la comida), empezamos a pasear en dirección al coche. No porque nos fuéramos a ir, sino porque al otro lado no había nada. Mientras ella hablaba de alguna cosa relacionada con la ONG (no sé como salió la conversación) me di cuenta de que algo no iba bien. Había unas luces naranjas girando distraídamente encima de la cabina de una grúa municipal. Otras azules, de la policía municipal, le iban a juego. Y estaban detenidas justo al lado de donde debería estar mi coche… que no estaba. Ni el mío ni una larga serie de ellos. Para ser exactos, todos menos el que estaban cargando en la grúa. Me acerqué al agente, que apuntaba en una libreta la matrícula del único coche que quedaba.

– Disculpe, señor agente, pero creo que, por error, se han llevado mi coche…
– Estaba aparcado indebidamente.
– No había señal de prohibido aparcar y, desde luego ese bordillo no es amarillo.- me estaba empezando a mosquear. Me pasa cuando tengo hambre, sueño o me tocan los huevos.
– ¿No ha visto usted el cartel?
– ¿Qué cartel?
– Ese cartel… – dijo apuntando con el bolígrafo a una valla amarilla de obra tumbada en la acera. Tenía un cartel pegado. “Por carrera popular queda prohibido el estacionamiento de vehículos entre las…” – Lo pone bien clarito. De todas maneras puede usted retirar el vehículo sin cargo alguno en la central.
– ¿Sin multa?
– Sin multa.

Cogimos un taxi, que nos llevó a la central y pude recuperar mi coche, después de rellenar unos formularios. Tardamos algo de tiempo porque no me sé la matrícula de mi coche (con eso de que va detrás, pues como que no la veo). Y tuve que recorrer el garaje entero buscándolo (y había una gran cantidad de coches retirados). Una vez en el coche, llevé a La Nueva a su casa… quedamos en llamarnos otra vez.

Conclusión… la Nueva es vegetariana vegana y del Opus. Si es cierto que los polos opuestos se atraen, esta debe de ser la mujer de mi vida… mira que ir a fijarse en un carnívoro, ateo y de izquierdas…

Sé lo que estáis pensando. Es más… ahora mismo sé lo que Cloti va a poner como comentario… pero tranquilos… no creo que la llame otro día para salir.

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Segundo Asalto

Pues la cosa no fue tan mala a fin de cuentas el otro día. Al menos La Nueva me ha cogido el teléfono (en realidad no: la he llamado, ha saltado el contestador y, al rato, me ha devuelto la llamada).

– Hola.
– Hola. Te pillo siempre liada, eh?.
– Sí, es que estoy a mil cosas… tengo la vida un poco caótica.
– Dime que no tienes nada que hacer el sábado por la noche.
– Por la tarde sí, pero por la noche no.
– ¿Te puedo invitar a cenar? Así charlamos tranquilamente…
– ¿El sábado?
– Si te viene bien…
– No… eh… si, perfecto.
– Estupendo. Conozco un sitio que…
– ¿Te importa que elija yo?
– No… claro que no…
– Es que soy un poco rara para la comida…
– No importa. Tú eliges. A mí me da igual un sitio que otro… mientras la comida no tenga picante. Es que se me pone muy mal cuerpo con el picante…

Y quedamos para el sábado. Iré a recogerla a casa, como un caballero. Ahora que, me ha dejado un poco mosqueado con eso de que es un poco rara para la comida. ¿A qué sereferirá? ¿Será celiaca?

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Llegó el momento de la cita. Me acicalé, me peiné y me vestí como para una boda (en realidad no tanto). Un poco de loción para después del afeitado… y mis mejores boxes (por si acaso). Y llegué al punto de reunión 15 minutos antes de la hora. La verdad es que, viendo a la gente que estaba entrando, yo era una especie de bicho raro. Para que os hagáis una idea: era el único con zapatos, por ejemplo. O con la camisa por dentro.

La Nueva llegó un poco tarde pero a tiempo de la proyección. Vestida con una falda y una camiseta de tirantes,un bolso con flecos debajo del brazo, y unas chanclas de cuero como único calzado. Dos besos y para dentro… que empezaba la película. Por lo visto un autobús con retraso era la causa de la impuntualidad. Daba igual. Nos metimos en la “sala de proyecciones” un par de minutos antes de que se apagaran las luces. A ojo de buen cubero habría en la sala una treintena escasa de personas, todos ya sentados en las incómodas sillas que hacían de butacas.

Ahora viene el momento crítico cinematográfico (haciendo la competencia al Señor Lluís): La película es muy dura. Habla de una niña que se queda viuda el mismo día de su boda y, por la ley Hindú, es recluida en un ashram, el asilo para viudas, donde le rapan la cabeza y malvive con lo que pueden mendigar. Además hay una historia de amor entre una de las viudas jóvenes (a la que las demás viudas permiten tener su hermosa melena, ya que la prostituyen un poco) y un abogado seguidor de Gandhi. Todo contado desde la óptica de la niña protagonista. En el apartado técnico, la fotografía es excelente y el ritmo narrativo engancha desde el primer momento. Destaca sobre todo el trabajo de la joven actriz por su naturalidad. Una película muy recomendable.

Todo el tiempo la película es en un Hindi muy pulcro e incomprensible para mí (y creo que para todos menos para el que preparaba las diapositivas, seguramente). Estaba subtitulado al castellano, así que me pasé las casi dos horas de película leyendo como un loco para seguir el argumento. Imposible hacer ningún comentario sin perderme algo importante.

La película terminó y encendieron las luces. Me dio el tiempo justo para ver dos lágrimas recorriendo las mejillas de La Nueva, antes de que se las quitara con la mano. Me miró y sonrió un poco. En 10 minutos empezaría la charla coloquio y las diapositivas. Ella estaba visiblemente emocionada con lo que había visto, así que casi no hablamos casi nada. Mis lágrimas eran por la silla… me estaba matando.

La charla duró otro par de horas. Vimos las diapositivas, creo que mil por lo menos, sobre los trabajos de acondicionamiento y mejora en una de esas residencias para viudas en la ciudad de Calcuta. Entre la incomodidad de la silla y las enormes ganas de aliviar la vejiga, la charla se me estaba haciendo eterna. Tenía la sensación de que le habían hecho una foto a cada uno de los clavos del tejado nuevo (momentos antes de clavarlo, y momentos después de clavarlo). Pero allí nadie se movía. Y yo no iba a ser menos. Así que puse cara de entender lo que me estaban contando (con breves asentimientos de cabeza, como si aprobara lo que estaba escuchando), y eché mano de toda mi fuerza de voluntad para aguantar el esfínter.

En el momento de las preguntas pude ir al servicio a aliviarme un poco. Y, tras media hora de charla más, a las 12 de la noche pasadas, se terminó el evento. En total casi cuatro horas de proyecciones, así que apenas pude hablar con La Nueva de nada.

A la salida le dije que tomáramos algo, pero ya era tarde. comentamos algún aspecto de la película brevemente y nos despedimos, no sin antes quedar en llamarnos antes del fin de semana.

Creo que la cita ha sido un desastre mayúsculo… habrá suerte si me llama… o si me coge el teléfono.

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