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Posts Tagged ‘rio’

Ayer, sábado, se cumplía el segundo aniversario del día que conocí a Huracán. Qué le vamos a hacer, yo recuerdo esas cosas. Llamadme sentimental, si queréis. O idiota. Lo acepto. Llamadme Capullo si ese es vuestro deseo. En realidad no tiene ningún mérito acordarme de esta fecha… entre otras cosas por que es la fecha en la que mi grupo de amigos de la montaña organizamos la primera salida oficial de verano… lo que viene a ser más o menos, la primera salida en la que lo más importante es pasar el mayor tiempo posible tumbado, refrescarse en las aguas heladas de una poza y, ya por la noche, asistir al tradicional concierto de música popular en el pueblo de turno. En realidad es como ir a la piscina, pero a una muy exclusiva y que no mucha gente conoce.

Este año no iba a ser diferente. Bueno, sí, este año no iba a invitar a Huracán a venir, como hice el año pasado. Entre otras cosas porque no me parecía adecuado y, bueno, trabajaba todo el día y no iba a poder. Así que podríamos decir que, si bien recordaría todo lo que hicimos aquella ocasión, y eso es posible que me dejara un poco melancólico, intentaría disfrutar del momento.

Quisieron los astros que no me acordara de Huracán en todo el día.

Corrió la voz de la jornada veraniega entre los amigos… y estos llamaron a otros amigos. Y algunas amigas llevaron a otras amigas. Y entre esas amigas de amigas estaba… Tofu. Sí… la misma chica que conocí el día de mi cumpleaños el verano pasado y con la que hubo un intento de establecer una relación (y digo intento porque después de tragarme una sesión de diapositivas inmensa, descubrí que no éramos de la misma forma de pensar `recisamente). Entre las 20 personas que asistieron a la convocatoria estaba ella, con unas pequeñas botitas de montaña y su cara preciosa mirándome desde el otro lado del claro, junto a su amiga. Estaba más guapa de lo que la recordaba, algo más morena y con el pelo un poco más largo. Los mismos labios carnosos y los ojos negros y grandes. Y sus pequitas juguetonas. Y su mismo pasado en el OPUS, y su vegetarianismo feroz. Nos dimos dos besos y ella, mientras me tocaba el brazo (algo que parece que se está convirtiendo en una costumbre), me preguntó por mi vida.

El cielo estaba nublado y, unas densas nubes negras parecían tener prisa por llegar a nuestro encuentro. No era un día para bañarse en aguas heladas, pero como ante todo somos montañeros, decidimos que daríamos una vuelta y, lo mismo con suerte abriría el día. No obstante, como medio responsable del grupo que soy, recordé a todo el mundo que no se olvidara de llevar el chubasquero… por lo que pudiera pasar.

Lo que pasó fue que a medio camino, en ese punto en el que da lo mismo avanzar que retroceder, porque estás a la misma distancia del coche elijas el camino que elijas, empezó a llover como si hubiéramos hecho algo. Una lluvia torrencial y salvaje, de grandes gotas. Y todo el mundo, como locos, fue sacando sus chubasqueros. ¿Todos? No, todos no. Tofu no tenía chubasquero… ella pensaba que lo llevaba pero se lo dejó en casa. Así que hice lo que cualquier hijo de vecino habría hecho en mi lugar… le di el mío.

Esto, que puede parecer un acto idiota, aunque muy cortés, es en realidad un acto muy idiota y sumamente peligroso para mi salud. Porque estaba lloviendo y no hacía calor precisamente… además, tenía ropa seca… pero no suficiente ropa seca. Por ejemplo: esos pantalones que se estaban calando eran los únicos pantalones que tendría todo el día… así que opté por quitármelos y guardarlos en la mochila. El resto se empapó. Para los curiosos diré que llevaba un bañador debajo.

Para que os hagáis una idea: yo tenía la pinta del que se ha metido vestido en una piscina y al que, una vez fuera, le han echado cubos de agua sin parar. Sólo que, además, empezó a granizar. Y extraviamos el camino, por la confusión que siguió al granizo… lo que añadió más caminata y más agua al global de la ruta.

Al final la cosa no pasó a mayores. Incluso salió el sol un poco. Y ese momento de paz permitió que Tofu y yo habláramos un rato. Resulta que sigue bailando, pero dejó la ONG. Esa actividad la cambió por ser cabeza de lista por su tierra en un partido político de esos alternativos en las elecciones de marzo. Incluso me animó a que me pasara por la sede para hablar con ellos porque “mis habilidades sociales les podrían venir bien”. Supongo que se referirá al hecho de que conozco a mucha gente. Decliné la oferta… si ya es complicado compaginar todas las actividades que ya llevo, como para meterme en más. También me dijo que seguía siendo vegetariana, pero que le había costado algún que otro disgusto y una o dos relaciones. Me dieron ganas de decirle que lo de ser vegetariana a lo mejor no era la causa… pero tampoco quería entrar en detalles. Eso sí: conseguí que se riera unas cuantas (muchas) veces. Es que soy encantador cuando quiero…

Bajamos al pueblo a comer de restaurante y a secarnos. Ella no se quedó al concierto, porque era muy tarde y su amiga se tenía que ir (aunque me ofrecí a llevarla a su casa si se quedaba). El concierto fue un poco demasiado malo. Y hacía mucho frío… yo al menos tenía el frío metido en los huesos. Todavía lo tengo, aunque el haberme pasado toda la mañana al sol ha ayudado mucho…

Ahora me iré a por Huracán a la salida del Hospital. Quedamos en que hoy cenaríamos juntos. Ella me insistió y yo no puse pegas… supongo que querrá contarme algo de su próximo viaje a Inglaterra. Está muy emocionada y es un tema recurrente cuando hablamos. Yo tengo otros planes secretos: digamos que celebraremos el aniversario aunque ella no lo sepa…

Por cierto, mientras caminaba bajo la pertinaz lluvia, no hacía más que tararear esta cancioncilla. Digamos que cierta persona podría haber protagonizado su propio musical de haber aceptado mi oferta…

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Preparando el viaje a Nepal, además de intentar aprender el Nepalés básico de supervivencia, me estoy repasando los nombres de las principales cumbres y otros accidentes geográficos. Y, de paso, les echo un vistazo desde el aire. Como lo de volar siempre se me ha dado muy mal (digamos que soy un hombre de costumbres y procuro no despegar mucho los pies del suelo) aprovecho la tecnología que ha puesto a nuestro alcance el todopoderoso Google para hacerlo. Soy un enamorado del Google Maps y del Google Earth.

Es impresionante como se puede recorrer las calles de Katmandú con un simple clic, o ascender a la cumbre del Everest sin sudar ni un poquito así. El Google Earh permite ver el terreno en tres dimensiones, con sus diferentes altitudes, y resulta espectacular admirar la cordillera del Himalaya, aunque sea en el ordenador. Incluso se puede programar para que simule el vuelo que hará el avión desde Madrid hasta Doha, y de Doha a Katmandú. Y te puedes posicionar en cualquier parte del mundo dándole unas coordenadas GPS.

El caso, y de lo que quería hablar realmente, es que parece mentira cómo el GPS se ha implantado en nuestras vidas. Ya lo tiene cualquier hijo de vecino. Hasta mi padre lo considera indispensable… claro que mi padre es propenso a perderse. Digamos que si hay dos posibles caminos para ir a un sitio, él escogerá una tercera opción que no se había contemplado y que le llevará a un sitio completamente diferente. Así que, cuando viaja con mi madre, que es siempre, había bronca asegurada… hasta que le regalamos el aparatito.

Yo, de momento, me resisto a ponerlo en el coche. Hasta ahora no me ha hecho falta, sobre todo porque me preparo los viajes de antemano y me saco el itinerario perfectamente detallado en papel. Cuando callejeo por la gran ciudad uso el truco de “ya saldré a alguna calle gorda” y así me oriento. Por cierto, tengo una anécdota divertida con un GPS.

Hace algún tiempo íbamos a Gredos a pasar el fin de semana, Atenea, Almanzor, Rico y yo. La idea era pasar la noche en el Refugio Elola y hacer alguna ruta por allí. Como siempre pasa, Rico llevó su coche (no le gusta ir de copiloto) y, por supuesto, llevaba el GPS puesto. Y no es que lo necesite, porque Rico es la persona con mejor sentido de la orientación en carretera que conozco. No era la primera vez que íbamos y el camino a Hoyos del Espino, la “puerta” a Gredos, era conocido de sobra. Pero íbamos con el GPS, que mola más.

En un determinado momento, muy cerca de nuestro destino, el GPS, con la voz de mujer, dijo: “Coja el próximo desvío a la derecha”. Y, claro, Rico cogió el desvío…

– Oye, Rico… me parece que por aquí no es… – Le dije – Me suena que se tenía que seguir recto.
– Si lo dice el GPS…

Y seguimos por la carretera. Sólo que la carretera empezó a llenarse de baches. Pero seguimos por la carretera. Sólo que la carretera empezó a estrecharse y a llenarse de maleza. Pero seguimos por la carretera. Sólo que la carretera dejó de ser carretera y se convirtió en camino…

Y el camino terminaba en un río. Y allí nos paramos, claro. Al otro lado del río continuaba la carretera y, a la sobra de un gran árbol sentado en unas piedras, había un anciano lugareño, de esos de garrota en la mano y boina enroscada en la cabeza. A sus pies, un perro meneaba el rabo frenéticamente. Me bajé del coche e inspeccioné el río, para ver si podíamos cruzar. Era poco profundo y todavía había zonas en las que se notaba el asfalto, aunque estaba cubierto de arenilla y piedras. Rico salió también y corroboró mi opinión: podríamos cruzar. Aún así me quedé fuera, supervisando las operaciones. En cuatro zancadas en otras tantas piedras, crucé al otro lado y me quedé cerca del lugareño.

– Buenos días – Me dijo
– Buenas…
– Qué… vienen con GPS, ¿No?
– Si, me temo – Dije un poco desconcertado, al escuchar la palabra GPS de un anciano lugareño.
– A todos los de la ciudad les pasa lo mismo… ésta es la vieja carretera a Hoyos del Espino… lleva en desuso hace años… la nueva sigue todo recto en el desvío… pero el GPS les manda por aquí.

Y yo me estaba imaginando que el pasatiempo de este hombre era sentarse allí cada fin de semana y ver como los de “la ciudad” cruzaban el río. No lo sé con seguridad, pero creo que en el pueblo llevan un marcador y hacen porras cada fin de semana, para ver cuantos urbanitas nos damos de bruces con el río…

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Con un poco de retraso (hay que ver el tiempo que consume el gimnasio) aquí os presento el siguiente capítulo de mis desventuras.

Huracán volvió de la playa el jueves por la noche y yo la llamé al día siguiente, con la sana intención de proponerle un plan para el sábado. Era un plan magnífico y prácticamente imposible de rechazar… salvo que algún «camarero guapo» hubiera hecho uso del teléfono durante los días previos. La idea: pasar la mañana del sábado en el campo, exactamente en el mismo río cantarín y de frías aguas donde la conocí un año atrás. Baños, pozas, chapoteos, biquini y sol… todo ello en un entorno espectacular… y solitario. Para completar el día, el plan tenía una cena en un restaurante romántico y asistir a un concierto. Lo sé, una apuesta fuerte. Pero el “yo tipo duro” estaba al mando en esta ocasión…

Podría estrellarme, claro, pero es que me relamía sólo de recordar aquel momento en el que Huracán se metió en el agua un año atrás, (os recuerdo: agua helada), con su pelo ensortijado suelto al aire de la mañana, su piel morena apenas tapada por un pequeño bikini de color verde, sus… eh… su brillante sonrisa… sus ojos negros clavados en los míos y su voz juguetona diciendo…

– Joder, tengo los pezones tan duros que voy a romper el bikini.

Para algunos esa frase sería propia de la más vulgar entre las más vulgares camioneras de los peores barrios bajos de las peores ciudades barriobajeras del mundo. Pero a mí, señores, me pareció como si la mismísima diosa Venus me hubiera susurrado al oído las más bellas palabras que una diosa pudiera decir a los, por otra parte, sorprendidos oídos de un pobre mortal. Y, evidentemente, no pude evitar darme cuenta de que efectivamente tenía razón. Y, a la vez, percatarme de que el agua helada de la poza, en la que yo me encontraba sumergido hasta la cintura, no era suficientemente helada como para mitigar los “efectos secundarios” del comentario…

Así que no es de extrañar que me preparara un pequeño guión con todo lo que tenía que decir y en el orden correcto. Cualquier cosa menos dejar a la improvisación un tema tan importante. Primero un poco de charla intrascendente. Luego interesarme por su semana en la playa (con un resultado interesante; mucho descanso, mucho tomar el sol y muchos mimos por parte de su tía. Ningún comentario sobre médicos, policías, camareros o chicos en general). Y luego, entrar a matar.

– Tengo una proposición indecente para mañana… a no ser que algún camarero guapo tenga algo que decir en contra…
– Al final no me ha llamado… lo que siempre me pasa con los hombres…
– Oh!, pobre… – mentí como un bellaco mientras brincaba, saltaba, y hacía el gesto de Rafa Nadal al meter un punto… – seguro que ha aparecido alguna niña tonta por el bar y lo ha engatusado.- Ningún momento es malo para meter una cuña en contra de un rival (no hay que olvidar que los gusanos de seda, además de hacer el capullo, son seres que se arrastran, o sea, rastreros)
– Seguro… bueno ¿Qué me vas a proponer?
– ¿Te acuerdas lo que pasó hace un año?
– No.- Estaba previsto que no se acordara. De momento el plan iba como lo había preparado.
– Te voy a dar una pista. Un río…
– ¿Qué río?
– Uno con pozas… nosotros bañándonos…
– ¡El día que nos conocimos!
– Eso es… pues te propongo que hagamos lo mismo… todo el día al sol, bañándonos… como en una piscina, pero en un entorno natural…
– ¡Que guay!
– Y luego… te invito a cenar y a un concierto de los “…”.
– ¡Vale!… espera… no puedo.
– ¿Por qué? – Tenía previstas una veintena de posibilidades. Amigas u amigos, familia, roturas de cañerías, incendios y hasta un maremoto. Sólo tenía que esperar la respuesta adecuada.
– Es que el domingo trabajo todo el día y, después de toda la semana en la playa, tengo la casa manga por hombro y un montón de plancha pendiente…

No me lo podía creer. No había previsto la plancha. ¿Qué podía decir? Estaba sin argumentos. Así que solté lo más obvio:

– Pues no lo hagas. Ya habrá tiempo otro día…
– Es que si no plancho tendré que ir desnuda por la calle…
– ¿Y cual es el problema? Ahora hace calor y…
– La verdad es que debería ir… los “…” siempre me han gustado y… pero es que tengo que hacer lo que tengo que hacer… si cambio de idea te mando un mensaje esta noche… ¿Vale?
– Vale… pero va a estar muy bien… ya verás.

Pero no hubo tal mensaje. O no llegó, que también puede ser… así que me fui de todas maneras a pasar el día al río y, por la noche, al concierto… celebraría el aniversario, aunque fuera yo solo… no fue lo mismo, pero bueno.

Siguiente capítulo de la historia: En el Spá

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